martes, 6 de febrero de 2018

Mini siglos

En la siesta del domingo
pospuse la alarma tres veces.
En esos tres mini siglos,
te soñé.
En el primero sonaba Damas Gratis mientras vos,
con un sonrisa tremenda,
me preguntabas:
¿Vamos a bailar o manejás un patrullero?
En el segundo estábamos frente al mar
y me presentabas al amor de tu vida.
En el tercero chapábamos en tu sillón
como si no hubiera un mañana.
Ahora que reconstruyo,
hay un detalle que se roba
todo mi inconsciente:
en cada sueño nos dimos,
por lo menos,
un abrazo.

jueves, 1 de febrero de 2018

Tic

A veces voy solo a tomar un helado
y crezco diez años en diez minutos.
Cuando vuelvo a casa,
el ruido del camión del Cliba
interrumpe el silencio el barrio
y la luna titila en la vereda.
Ni bien abro la puerta,
me agarra el tic de extrañarte:
un despelote invisible con el que,
quizás,
quién sabe,
voy a convivir para siempre.

martes, 31 de octubre de 2017

El muchacho de la construcción

Mientras espero el 15
sobre Avenida Libertador,
el muchacho de la construcción almuerza
bajo la sombra artificial de las torres paquetas.
Desde el otro lado de las rejas,
veo cómo muerde su sanguche de milanesa completo,
mastica con la boca cerrada mirando un punto fijo,
apoya el sanguche contra el cemento,
toma un trago de gaseosa del pico,
agarra su teléfono y sonríe.
El muchacho de la construcción lleva una gorra Nike,
una remera blanca de un supermercado,
un pantalón azul manchado con cal
y unos borcegos negros.
El portón enorme de las torres paquetas se abre automáticamente
y un auto grande que brilla con el sol sale despacio;
el conductor,
sin ni siquiera bajar el vidrio polarizado,
saluda serio al tipo de seguridad.
En ese momento,
el muchacho de la construcción mete un gestito nervioso,
como si estuviese en falta,
como si su presencia incomodara las leyes del otro mundo.
El auto se va,
el portón se cierra,
el tipo de seguridad vuelve a escuchar radio a la garita
y el muchacho de la construcción vuelve a sonreírle a su teléfono.
Llega el 15,
me subo,
me siento,
y con cabeza en la ventanilla,
me pregunto:
¿Estará enamorado el muchacho de la construcción?
¿De ahí rajará de inmediato a meterle un abrazo a la persona que ama?
¿Leerá?
¿Jugará a la pelota?
¿Contará con amigos y amigas que lo abracen cuando se desvanecen los sentimientos básicos?
¿Saldrá a divertirse los sábados a la noche?
¿Antes de ir a bailar sentirá esa alegría genuina que nos nace y no la que nos quieren imponer?
¿El movimiento cíclico de la bola espejada iluminará su cara en la pista?
¿Bailará su canción preferida con la mirada en el techo, los ojos como puñalada en lata, con pasitos cortos y los brazos bien abiertos?
¿Sentirá que es el muchacho más feliz del mundo mientras chapa con la persona que ama?
¿Tendrá franco los domingos?
¿Tomará decisiones y avanzará sin estancarse en la brea del miedo?
Ojalá que sí,
todo que sí.

domingo, 17 de septiembre de 2017

Creo que nunca me voy a poder comprar una casa

Creo que nunca me voy a 
poder comprar una casa,
a veces saco cuentas al aire
y mi mente recula en silencio,
también pienso que,
en el fondo,
mucho no me importa,
entonces pienso si está 
bien sentir indiferencia
por lo que el mundo exige,
y me pregunto por qué 
no sé manejar,
y también pienso 
que la muchacha que 
me gusta tiene un auto,
y alguna que otra vez me lleva,
pero yo en este momento no podría 
decir cuál es la marca de su auto,
sé que es oscuro y tiene 
un olor que está bueno,
así que otra vez me interpela
la velocidad de lo establecido,
porque los autos me parecen horribles,
son proezas individuales que me aburren,
suelo tenerles miedo y bronca,
y sufro por ese latido inverosímil,
al rato se me pasa,
pero odio ser inútil,
y lo asumo,
y vivo en consecuencia,
pienso en la dignidad del oficio,
en las páginas color hueso,
en los detalles que destaco
y que no sirven para nada,
entonces un poco me avergüenzo,
otro poco me río,
y todo el resto lucho,
contra lo que necesitamos,
contra lo invisible,
contra lo que nos pertenece,
y de nuevo creo que nunca me
voy a poder comprar una casa,
pero siento que el significado de hogar 
es la primera vez que nos vimos,
y de nuevo me culpo por no saber manejar,
mirá si algún día hay una emergencia,
pero voy siempre al lado tuyo,
y te miro con las manos en el manubrio,
seria,
hermosa,
revoleando tus ojitos en el retrovisor,
y creo que vamos bien,
aguantá que me fijo.

jueves, 17 de agosto de 2017

La idea

Los mares se formaron 
porque alguien pensó 
que en ese gran baldío
quedaría bien un montón 
de líquido salvaje,
una acción,
un silencio en movimiento,
lo azul,
lo gris,
lo cristalino,
una estética de la muerte,
una ilusión mayor,
una belleza salada
para toda la familia.
Fue así de simple,
alguien tuvo la idea,
se la jugó, 
nunca especuló,
y pimba,
el mundo.
Entonces el resto,
algún nosotros
que reconstruye
lo imperceptible,
algún ustedes 
que transforma
cualquier destino,
se hizo eco de 
la corazonada
y la multiplicó
en ideas infinitas:
las vacaciones,
los barcos hundidos,
los hits,
la colonización,
el nombre Marina,
la adolescencia,
los faros,
Aldosivi,
el desembarco en Normandía,
el choclo,
el vóley,
la lucha de Bolivia,
la foto de una chico leyendo,
la prefectura,
la fama de Johnny Deep,
la arena,
los boliches de Gesell,
los puertos,
el atún,
la prosa de Hemingway,
el viento,
tus ojos,
la tardecita,
y así.

miércoles, 2 de agosto de 2017

Coso

En tiempos difíciles,
donde lo frívolo y lo cínico
es tan bien ponderado,
hay que amar con la
versatilidad de la
palabra coso,
así,
con ese criterio de adaptación,
con el poder de la idiosincrasia,
con lo genuino y lo espontáneo
corte fuego en el espacio,
brillar,
plantarse,
aguantar,
adueñarse del contexto
y trascender desde
lo imprescindible:
la persona de al lado.

viernes, 28 de abril de 2017

Muy vos

Hagas lo que hagas
y estés donde estés, 
hay algo muy vos que 
te diferencia del resto:
tu mirada siempre está 
en primera del plural.