miércoles, 9 de enero de 2013

Desde la puerta de mi casa


Truena,
pero todavía no cae la lluvia,
en el aire hay una tensión divina,
un vientito sucio presagia el despelote;
entre las nubes,
bien en el rincón,
donde viven las arañas del horizonte,
parece que Madonna baja de una limousine
o hay un cumpleaños de 15,
flash que va,
flash que viene,
el cielo saca fotos para después subirlas a Facebook,
y así,
refregarle al infierno una catarata de megustas
que su ejército de mortales le otorga.

Truena,
la señora que pasea un pekinés acelera el paso,
frunce el entrecejo,
bufa,
me mira mal a mí,
como si yo tuviese la culpa,
se acomoda la pollera,
mete el monedero bajo la axila y reta al perro,
que sin comerla ni beberla,
rezonga en silencio,
con la correa en el cogote.

Por fin cae la lluvia,
gotones apurados se desploman
contra el pavimento hirviendo,
el sonido copioso de la lluvia es unánime,
dos mujeres cubren con un paraguas rosa
a su hijita haitiana,
una de ellas la alza,
la otra lleva la bolsa de los mandados,
ríen a carcajadas,
trotan las tres juntas sobre la vereda de Colombres,
llenas de amor,
mojadas,
felices y con futuro.

Desde la puerta de mi casa,
en cuero,
pantalón corto y descalzo,
recién resucitado de una siesta,
despeinado y con una novela en la mano,
creo que Dios es un barrabrava carismático.


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