miércoles, 23 de enero de 2013

Poema de una novela




A la memoria de Manuel Manrique


Terminé Plegarias nocturnas,
de Santiago Gamboa,
arriba del 115.

Cerré el libro y me puse a llorar,
quizá lloraba desde algunas páginas atrás,
nunca lo voy a saber.

Levante la mirada y una señora,
que podría ser la tía preferida de cualquier mortal,
me preguntó si me sentía bien:
sonreí,
avergonzado y con la cara llena de lágrimas,
contesté que sí.

Me hubiese encantado contarle quién era Juana,
su belleza,
su lunfardo colombiano,
su fuerza,
sus tatuajes;
pero no,
guardé la novela en la mochila
y miré por la ventanilla,
justo cruzábamos Plaza Miserere,
con el dolor dulce de la verosimilitud,
con la tarde cayendo insulsa,
refregándome los ojos,
vi toda la soledad amontonada,
toda la incertidumbre resistiendo,
y me dije:
mirá, boludo, hablando de Roma...

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