miércoles, 23 de septiembre de 2015

Voy a correr al Parque Rivadavia

Llovizna y hay viento,
son casi las nueve de la noche,
pero con el pantalón largo de River
y una campera con capucha
me voy a correr al Parque Rivadavia,
no sé bien por qué lo hago,
creo que lo necesito,
porque una vez me dijo mi psicóloga
que cuando uno corre el cuerpo genera
lo mismo que generan los tranquilizantes,
y no sé si es tan así pero yo entendí eso,
y como nunca tomé tranquilizantes,
entonces me convencí y listo,
voy a correr porque me hace bien,
además escribo,
eso pienso mientras corro,
que estoy escribiendo,
porque mientras avanzo por la vereda
de Hipólito Yrigoyen voy craneando
las obsesiones de Yuman,
un personaje de una novela que
todavía no escribí pero el personaje
se va a llamar así porque de pibito
le gustaba mucho comer Yumi
y en el pueblo le decían Yumi,
pero cuando terminó la secundaria se fue a vivir
a Villa Crespo y los mismos amigos de la infancia
le modificaron el apodo de Yumi por Yuman,
en fin,
una pavada,
pero es una forma de ir dándole vida
a un texto que quizás no escriba nunca,
y cuando se me termina Hipólito Yrigoyen
quedo a los saltitos en el semáforo de
Avenida La Plata hasta que se pone verde,
esa imagen me da verguenza,
y ahí meto un pique de suplente ansioso
y llego al parque que está lleno de rejas,
rodeo el parque agitado y serio,
veo que adentro no hay nadie,
que no voy a poder entrar,
por eso decido seguir hasta llegar a Acoyte,
y ahí me doy cuenta que en todos los bares
de Acoyte y Rivadavia alguna vez esperé a alguien,
y también me acuerdo que en el bar que está cruzando
una vez vi a una ex con un flaco que tenía cara
de ser irónico con los escritores del Boom,
y me acuerdo que me subí al bondi y lloré
un montón hasta que llegué a mi casa
y me puse a leer y me dormí vestido,
y al otro día ya estaba bien,
me sentí libre,
como si eso fuese una virtud,
una pelotudez,
pero fui contento a trabajar
y pensé en enamorarme de vuelta,
y estuve alegre todo el día,
pero esa misma noche me puse triste de nuevo,
así un tiempo largo hasta que se me pasó,
no me acuerdo bien cómo fue,
pero ahora doblo en Rosario y vuelvo en la misma dirección,
y doy como tres o cuatro vueltas rodeando el parque,
hasta que miro el celular y se me moja la pantalla
con unas mini gotas como de un spray,
es que llovizna de forma horizontal,
el cielo está color jamón cocido,
hace un poco de frío y ya voy 
corriendo más de media hora,
eso me da fuerza,
mi objetivo de hoy es llegar
a los cuarenta y cinco minutos,
así que ya puedo encararar
de vuelta para el lado de casa,
me meto por la cortada de atrás del parque
y vuelvo a Rivadavia donde me acuerdo otra vez
de la cara del flaco que estaba con mi ex,
me chupa un huevo y empiezo a pensar
en jugadas posibles de un próximo partido,
me imagino cómo definiría si me sale el arquero,
si amagaría o patearía seco y cruzado,
analizo variantes,
situaciones que se pueden dar,
una lesión,
un cansancio insoportable,
un momento de bronca,
y donde Hipólito Yrigoyen es uno
de los senderos que se bifurcan
le meto pata para llegar a casa y cumplir
con el objetivo de los cuarenta y cinco,
y ahora hay más silencio de barrio,
más oscuridad,
los autos pasan y salpican,
y media cuadra antes ya siento
el olor a porro del pelado de barba
que está en la esquina con remera,
pantalón de básquet y zapatillas
paseando a un perro grandote
que olfatea muy desesperado,
quiere mear, 
quiere cagar,
todo junto,
pienso que el pelado de barba debe vivir solo
con el perro en un monoamabiente hediondo
y debe mirar la NBA re loco,
pienso eso hasta que el olor a porro
se pierde en la noche de Almagro y sigo
en un trote bastante digno,
y otra vez quedo a los saltitos
en un semáforo que tarda
y otra vez la imagen me da vergüenza,
así que meto otro pique corto
cuando aparece el color verde,
y siento que Hipólito Yrigoyen es ancha,
siento que es muy antigua,
no sé,
que tiene historia,
alta experiencia,
quizás porque paso por enfrente de la iglesia Don Bosco
y a los pocos metros veo el mural de Ceferino Namuncurá
que tiene una cara de buen pibe infernal,
y me acuerdo que mi abuela Pichona siempre
le rezaba para que aprobemos todos los nietos,
es más,
todavía lo tiene ahí a Ceferino,
en una mesada de la cocina,
al lado de Pancho Sierra,
y mientras me acuerdo de mi abuela
voy a llegando a mi casa,
me faltan dos cuadras,
pero se cumplieron los cuarenta y cinco
una cuadra antes y entonces paro,
camino,
respiro hondo,
estoy hecho sopa,
parece que voy flotando
y llego hasta el edificio
con cara de naufragio,
subo en el ascensor,
me miro al espejo,
me saco la capucha,
abro la puerta,
voy a la heladera,
tomo agua del pico,
apoyo la botella sobre la mesa,
una piba hermosa que lee
tirada en el sillón me mira,
sonríe,
se para,
se acerca,
se saca los anteojos,
me da un beso corto,
me acaricia la cara transpirada
y con otra sonrisa me dice
qué lindo mi deportista.

2 comentarios:

  1. Al narrar por lugares que conoce el lector hace que este se arme también su "propia aventura"

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  2. Al narrar por lugares que conoce el lector hace que este se arme también su "propia aventura"

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