lunes, 11 de abril de 2016

El eco de Lucía

En el medio
de un galpón
gigante y vacío,
en construcción,
mientras mi hermano
habla por teléfono
y la mira de reojo,
mi sobrina corre en círculos
con los brazos abiertos
como si fuese una tacuarita,
flashea que vuela,
y grita,
grita mucho porque
descubrió el eco,
está fascinada,
y su voz rebota,
pega en una chapa
y vuelve,
vuelve y sube,
y baja,
sus palabras recorren cada
esquina de la nave metálica.

Y Lucía no la puede creer,
se pone nerviosa de alegría,
y su gestito de aguante todo
me desespera a mí también,
porque corre y grita,
se paraliza con los
ojos bien grandes
y la sonrisa contenida
hasta que sus palabras
se pierden en el aire,
entonces,
cuando escucha la
última repetición,
corre otra vez en círculos
y vuelve a gritar con la jeta
de oreja a oreja,
sacada,
con una felicidad
que excede todos
los fenómenos físicos
que pasan en Discovery,
y la miro,
y le quiero agarrar los cachetes,
y siento que el terremoto
de su humanidad
puede hacer polvo
todo el metal del mundo.

Y no le importa nada,
Lucía grita,
se paraliza,
escucha,
disfruta,
vuelve a correr,
vuelve a gritar,
y así,
hasta que,
cansada,
agitada,
pone sus manos
en sus rodillas
y me mira,
y la miro,
y con un rayo de sol que
me pega en la bufanda,
me rasco la barba
y le festejo su delirio,
la aplaudo,
mucho,
porque la entiendo,
porque sé muy bien
lo que está sintiendo:

es lo mismo que me pasa
a mí cada vez que alguien
dice tu nombre;
pero con una sola diferencia:

el galpón está en mi pecho.


1 comentario:

  1. Lo que no tengo te sobra, tanto como para reflejarme en tu poder de expresión leyendo en la pantalla tu poesía que también la siento como mía.
    Te digo que es muy fea la impotencia de no poder expresar y por ende transcurrir desabridos los días al no poder observar y expresar cada cosa con esa intensidad.
    En buena hora alguien más puede lo que yo no.
    Abrazo.

    PD: Todos tus escritos los disfruto.

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